Estrés: cómo empieza y cuándo es demasiado

Categoría:
Ciencia y meditación
Estrés: cómo empieza y cuándo es demasiado

El estrés es esa sensación en el estómago que aparece cada vez que la suma de tareas, obligaciones y compromisos de la vida cotidiana es mayor que la capacidad o el tiempo que crees que tienes para abordar con éxito todas ellas.

Seguramente tu día, como el de la mayoría de las personas, consiste en una rutina más o menos fija que incluye una buena cantidad actividades, relaciones, tareas, traslados, conversaciones. Llegar a todas ellas y hacerlo con serenidad y temple, se te convierte fácilmente en un reto del que, en general, tienes la capacidad de salir con éxito.

Esto es porque el cuerpo pone en marcha una maquinaria compleja que se encarga de mantener el grado de alerta necesaria para atender todos los frentes.

Sin embargo, en ocasiones la dinámica se complica: una mala noticia, tráfico, una discusión. Y te conviertes en un manojo de nervios. Vas acelerado, estás irritable, torpe, puede que triste.

El cerebro humano está programado para atender a todo estímulo que suponga una amenaza a la supervivencia, y lo que ocurre es que, a veces, lee mal las señales, siempre dispuesto a ayudar.

En esos días de mil cosa que hacer, la parte del sistema nervioso que se encarga de la acción (el sistema simpático) funciona a todo gas. Eso desencadena una serie de reacciones y secreciones de hormonas, la famosa adrenalina entre otra que, si nos descuidamos, pueden llevar a perder el equilibrio. Un exceso de estimulación deja a la otra parte, el sistema parasimpático, encargado de la calma, fuera de juego.

De manera natural, al caer la tarde se deberían activar los mecanismos para volver a la calma. Pero hay un sinfín de motivos que te pueden hacer mantener el modo alerta o que éste se active muy por encima del umbral ajustado a la realidad. Incluso, que lo vayas arrastrando de un día a otro con la ayuda de ese café de más, las preocupaciones o el exceso de trabajo. ¿Te reconoces?

Photo by Rachel Nickerson / Unsplash
Photo by Rachel Nickerson / Unsplash

Incluso en un entorno no urbano, no empresarial, aparentemente tranquilo, pueden desarrollarse síndromes de estrés. De alguna manera hemos aprendido a dejarnos llevar por esos avisos internos que ayudaban a nuestros ancestros a mantenerse a salvo. Es decir, perdemos el centro, la objetividad e interpretamos los estímulos — externos o internos — como un peligro real y podría decirse que sobre-reaccionamos.

En este punto es en el que está demostrada la eficacia de la meditación para enseñar, o recordar, cómo manejarse con tranquilidad. La práctica regular de diferentes técnicas de concentración, llevan a desarrollar un estado especial de atención y a saber volver a él en el momento del día que más lo necesitamos. Cuidando así el equilibrio de nuestro sistema nervioso, todas las tareas son más fáciles, se potencia la creatividad y somos más eficaces en lo que nos proponemos. Más felices.

La meditación ayuda a aliviar el estrés, pero además a prevenir que esa respuesta, en principio funcional, se convierta en un problema. Estar más sereno, te permite identificar y dejar ir el exceso de tensión. Es un estado que también conoces, el del optimismo cuando brilla el sol, el de la capacidad de escuchar más allá de tu paciencia y de poder con todo aunque el día se tuerza. Incorporar la meditación es una práctica eficaz, actual, y lo que es mejor, con efecto a largo plazo para combatir el exceso de estrés. Empieza por llevar la atención a tu respiración. Inhala. Exhala.

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